
El dulce pálido de los ojos perdidos
en un camino deshojado
de colores y sonrisas
donde el pan no es de cada día
y las experiencias se vuelven
placidamente
innecesarias,
la abstracción de tu boca
pegada a la nada eterna
reconociendo burbujas
lentas
me recuerda al agua infinita
recorriendo las pestañas
colectivas,
que ajenas a todo
miran desde lo bajo
el horizonte infinito
de los génesis muertos
nacidos de tus rincones perfectos
en la conmutatividad de ninguno.
Tu excepción me vuelve pequeña.
Te penetro suave
con el silencio palpitante,
el alma se te sube a la boca húmeda
para que arranquen infinitas mariposas mudas
y que formen el bolero añejo
que nos une como a dos tortolitos en celo.